“Esta exposición de Sandra Gamarra (Lima, Perú, 1972) presenta un conjunto de obras que hacen un híbrido de pintura, escultura, video, textos e instalación especifica en torno al cubo blanco y su supuesta neutralidad. Gamarra utiliza la pintura como herramienta para extraer información a partir de la sedimentación del contenedor y sus contenidos, colocando al espectador como un intruso más que un visitante. La artista cuestiona la posibilidad del vacío y de la ausencia camuflándose en el blanco de la galería.
Las paredes y el suelo de la galería están reconstituidos en una puesta en escena de la escena. Entre los trampantojos, unas cortinas de pinceladas desvían la luz. A diferencia de las ventanas ciegas de los edificios esculpidos en las montañas de Petra, aquí las ventanas han sido suprimidas.
En el piso de mármol se puede jugar al ajedrez pero hay que calcular bien los movimientos ya que todas las losas son cebradas. De repente los pasos crepitan como la arena o como un periódico que se dobla y se tira a la basura.
Hay brechas alrededor del zócalo. La pared inclinada ya no cuadra. Si uno se acerca, puede ver una luz cegadora salir de la casa de la vecina. Ella aparece y desaparece entre salas blancas. Quiere colgar un monocromo pero no tiene clavos, una crucifixión menos. El cuadrado blanco esta suspendido por sus manos y sus curvas, que a veces se estiran como “Alba”, la escultura de Georg Kolbe que amanece en el Pabellón Alemán de Mies van der Rohe en Barcelona.
Sobre las paredes cuelgan colecciones de imágenes blancas, rescatadas del ruido del color, barridas por la luz del espacio, protegidas por un leve cristal, luchan por no disolverse en el blanco.
Una historia titulada “Un desierto2 acompaña las salas. Ximena Briceño la escribió para la exposición y se inspiró en el documental “Nostalgia de la luz” de Patricio Guzmán que se desarrolla en Atacama, el desierto más árido del mundo. Allí, hace décadas que personas encuentran pedazos de huesos de familiares, diseminados por la dictadura chilena entre la arena. No tan lejos, una armada de astrónomos de diferentes lugares viven cerca de sus telescopios. Cada día se transportan al vacío guiándose por los parpadeos estelares del pasado.
El espacio blanco se parece a un desierto. Es un lugar de paso y como el de Atacama, un lugar de encuentro. Su aislamiento del mundo exterior hace visible una ausencia. Trasladadas a otro lugar, estas pinturas podrían parecer incompletas, como huesos sin cuerpo. Pero lo cierto es que pertenecen a cualquier otro desierto”.
Fuente: Galería Juana de Aizpuru / texto : Antoine Henry-Jonquères / http://www.juanadeaizpuru.com/
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